sábado, 19 de mayo de 2012
La economía de la sanguijuela
19 de mayo de 2012
La economía de la sanguijuela
FERNANDO COLLAZO COLLAZO
Apartir de la pasada década, en Puerto Rico ha proliferado cada vez más el uso de términos médicos en el análisis de los asuntos económicos. En octubre de 2007, por ejemplo, un economista que había sido asesor del entonces Gobernador se refería, en un artículo periodístico, a lo que él llamaba una “economía agonizante” en la que “... los que dirigen no escuchan o no quieren escuchar”. Por su parte, al final de la década, un nuevo gobierno recetaba una “medicina amarga”, diseñada por una comisión de empresarios, como respuesta al estado de crisis en que se encontraba el País. En este contexto ha ido ganando adeptos lo que podría denominarse la Economía de la sanguijuela, una visión que consiste, como en la antigua práctica médica, en extraerle sangre al paciente para curar sus males.
Entre los años 2002-2005, ante las señales de debilidad en la economía, el gobierno de Puerto Rico adoptó una agresiva política de expansión en sus gastos, los cuales aumentaron 12% en términos reales. Este crecimiento, sin embargo, se concentró en gastos operacionales, especialmente aquellos relacionados con un mayor nivel de empleo en el sector. De hecho, la inversión pública permaneció esencialmente constante en términos reales y su participación en el producto interno bruto (PIB), incluso, disminuyó. El aumento en los gastos operacionales, a su vez, fue financiado mediante aumentos en los impuestos y, en forma creciente, mediante la emisión de bonos, una práctica económicamente cuestionable y presuntamente prohibida por la Constitución. La economía, mientras tanto, creció a un ritmo moderado de 1.6% anual al tiempo que la razón de la deuda pública al PIB aumentó de 36.4% en el 2001 a 44.3% en el 2005. Aunque el paciente parecía mejorar, la fiebre había aumentado y su sistema inmunológico –su capacidad para crecer– ya daba muestras de debilitamiento.
Durante los próximos seis años, bajo dos diferentes administraciones, la política económica del gobierno se centraría en la necesidad de restaurar el crecimiento y, al mismo tiempo, reducir el nivel de endeudamiento público del País. Las medidas que se adoptaron en ambos casos para lograr estos fines, sin embargo, representan la receta por excelencia para agravar una crisis: se aumentaron los impuestos, se redujo el nivel de gastos por cerca de 20% en términos reales y la inversión, en particular, se redujo a poco más de la mitad. El resultado, como era de esperarse fue, precisamente, la peor recesión económica experimentada por el País, en la que se perdieron cerca de 190,000 empleos y el ingreso real por habitante se redujo en alrededor de 14%. Irónicamente, al mismo tiempo, la deuda pública, en lugar de disminuir, se elevó hasta alcanzar más del 60% del PIB. Luego de seis años de terapia de sanguijuela, el país no sólo era más pobre, sino que estaba también más endeudado, dividido y plagado de desigualdad.
Recientemente, la actual administración parece haber modificado su anterior política económica: se redujeron las tasas contributivas, se creó un impuesto especial a las empresas multinacionales y se aumentaron los empleos y los gastos, especialmente la inversión, en el sector. Los efectos de esta nueva política económica sobre el nivel de producción y empleo a nivel agregado, especialmente a largo plazo, son aún tentativos e inciertos. Lo que debería estar claro para ésta y futuras administraciones, sin embargo, es la imposibilidad de sacar a un país de una crisis extrayendo de él el fluido vital para un desarrollo sostenible: la infraestructura, los recursos humanos y la solidaridad social. Los médicos descubrieron esto hace mucho tiempo; falta ver, todavía, si nuestros gobernantes, por fin, también se han enterado.
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